Roma? No. Tafalla. Y de Tafalla…… El Tubal.
Sin embargo no pude pensar sino en esas fachadas románticas y desconchadas que aparecían y desaparecían una calle tras otra, una plaza después de otra plaza, en Florencia, en Venecia, o en Roma.
El Tubal tiene algo de esa Italia. El poso de la historia, el protagonismo del arte, la dolce vita, la dieta mediterránea, la importancia de la familia y… la mamma!
Es nuestra mesa en el Restaurante El Tubal. Es tan bonita, que parece un cuadro, y dentro del cuadro otros cuadros.
El Tubal es ante todo un museo. Su propietaria, una gran aficionada a la pintura, se ha dedicado a ilustrar su restaurante con todo aquello que ha ido encontrado y le ha gustado para compartirlo con sus clientes, que son también sus amigos.
Nunca he visto tanta obra de arte en un lugar que no fuera un museo. Entre bocado y bocado, voy contemplando los cuadros. El arte con el arte. Nicolás es el pintor de platos. Los dibuja sobre todo en tonos verdes. Los tonos de Navarra.
Esta es la paleta de colores con la que empezamos. Predominan los crema, ocre y mostaza. Es la “degustación de espárragos y avellanas tostadas”.
A la derecha tenemos el espárrago a la plancha con sal maldon y avellana y su crema. En el centro el espárrago en tempura, y el natural con vinagreta. A la izquierda una deliciosa crema de mismo elemento.
Nicolás ha diseñado un menú especial para mí. No hay opciones. Es un dejarse llevar. Qué ilusión!
Esta es la “ensalada de brotes, yemas de espárrago y verduritas de primavera”. Sobre una cama de patata suave, vaina, guisantitos, rúcula y espárrago crudo a modo de fetuccini. Otra vez Italia.
Le sigue la menestra de verduras de temporada. En la misma gama de verdes, destaca el trazo blanco del espárrago y los tonos rojizos del jamón ibérico. Soy una exquisita con la alcachofa. O me la exponen deliciosa como en este caso o no la tolero. Sobresaliente.
El plato anterior pone fin al festival de verduras que me ha ofrecido el Túbal. Los niños generalmente las aborrecen, pero a mi me han parecido golosinas.
El siguiente plato es una obra que me recuerda al pintor Dalí. Es por la tosta. De más joven me admiraba la pintura de este genio del surrealismo. La estética de este cuadro que nos muestra Nicolás, guarda mucho en común con las obras donde una forma alargada es sostenida por una especie de muletas que parecen tirachinas, como en “el enigma de Guillermo Tell”, o en “meditación sobre el arpa”. Las muletas representan la muerte para Dalí en sus cuadros.
Este “Huevo en costra de patatas fritas” sostiene la forma alagarda de la tosta en lugar de ser al revés. Es algo surresalista sin duda. Pero al contrario que con Dalí, no es la muerte, sino la vida, lo que sostiene a este pan: un huevo, su mejor representación.
Un plato original y misterioso. Como es posible que dentro de unas patatas fritas se encuentre escondida una deliciosa yema? ….cómo habrá ido a parar ahí!
Y ahora el regalo de Nicolás para mí. Su plato de foie. Nunca lo había probado con piña. Piña en mil texturas, en textura de helado, en textura de crocant caramelizado, cama de piña para mi foie!
He de decir que me gustó francamente mucho. Para mí es importante el punto de sal. Un foie que esté soso es sumamente insípido y uno lo acaba tomando por pasar el trámite. No fue éste el caso. Estaba sensacional.
Después del foie me detuve. A veces es necesaria una pausa. Recapitular y pensar antes de seguir adelante. Este es un cuadro de un huevo que cuelga de las paredes del restaurante. Aqui está libre de costra de patatas. Es el huevo antes de empezar.
Viene ahora un plato de carne, potente pero en su medida. Se presenta en dos secciones; “Carrillera de ternera, con manitas de cerdo crujientes y melosas”. Agradezco a Nicolás que sean así, crujientes y melosas. De esa forma me parecieron deliciosas. Es tan importante saber tomar las medidas en la pintura como en la cocina.
Las manitas estaban representadas por un cubito costrado por fuera y suave por dentro. Pequeño y asumible después del plato anterior. Las carrilleras que no se ven porque están del otro lado; también en su justo tamaño, tiernas y pequeñas.
Corona el plato una corteza de cerdo, que me resulta simpática y muy rica.
En este cuadro del perro me estuve fijando todo el tiempo, tenía algo de Mona Lisa. Te mira de todas partes, te pongas como te pongas. Está como escondido, vigilando. Es un cuadro con mucha fuerza con ese blanco y negro que lo divide también en dos secciones.
Ya llegan los postres, siempre tan esperados. No concibo una comida o cena sin un postre que esté a la altura. Este se llama “fresas, coco y naranja”. Las fresas maceradas como a mí me gustan, y genial el toque de esa nata, que sabía a coco como si fuera coco, pero era nata, o….. era coco??
Me gustan los postres divertidos y éste lo fue. Fresas con nata que sabe a coco. Apenas reparé en el pequeño helado de naranja, me conquisto esa nata.
Empecé de nuevo a recordar Italia y sus helados y no fue tanto por el plato anterior como por ese cuadro de la plaza de San Marcos con la chica en la bicicleta. Me pasé la comida pensando de donde vendría o a dónde iría.
Y entonces llegó la torrija, con helado de almendra y sopa del niño.
No se qué me pasa últimamente que tengo debilidad por las torrijas. Las torrijas caramelizadas sobre todo; como la que Nicolás eligió para terminar su exposición de platos para mí.
Simplemente deliciosa!
Nicolás me explicó en qué consiste de la sopa del niño. Por lo visto es una sopa navarra que se toma en Navidad y que lleva leche, canela y almendra. Se puede tomar fría o templada. Le iba fenomenal a la torrija. No creo que espere a Navidad para intentar hacer mi propia sopa del niño.
Este es el niño que parece un Botero pero que no lo és. Es un cuadro con gran magnetismo. Lo miraba y me decía, éste es sin duda el niño de la sopa, con sus dos perritos de mal humor.
Al terminar la comida me levanté de la mesa y me acerqué a mirarlo. Estuve un rato yo sóla allí de pie. Contemplando el papel pintado y la extraña simetría del cuadro que se aprecia hasta en la manos del niño.
Me preguntó por qué lleva una trompeta. Si sabrá tocarla. Y entonces oigo la música de un piano. Es ella. La mamma! Es Atxen. Se ha pasado las dos horas que ha durado la comida de mesa en mesa saludando como si conociera a todo el mundo. Como si fueran los invitados de su casa.
Ahora se sienta al piano.
Cocinera, coleccionista de arte, pianista y cantante. El alma del Túbal. La segunda generación después de sus padres al frente del restaurante, y el nexo entre su pasado y su futuro.
Me gusta de este lugar, el amor por la familia que es el principio del amor por el resto de las cosas. Aquí me fotografía junto a toda la saga del Tubal. Detras de nosotros, sus fundadores. Los abuelos de Nicolás.