Una de las cosas que más me gusta del invierno es el dulzor de las naranjas buenas. Todos los días a media mañana me tomo un vasito de zumo y me doy cuenta de que sin querer cierro los ojos cuando lo bebo.
No me importa que fuera diluvie, o haga un terrible frío, no hay nada comparado a un buen zumo de naranjas recién exprimido, aunque no esté calentito.
Hace unos días recibí una caja de naranjas. Lo cierto es que pese a que ya en alguna ocasión, junto con otra amiga, había hecho encargos de las famosas naranjas que se teletransportan del árbol a tu mesa en menos que canta un gallo, os tengo que confesar que éstas de Palau me han sorprendido.
El calibre, el zumo que se obtiene de cada una… una cosa sobrenatural diría yo. Bueno… es que soy muy urbanita y no estoy acostumbrada a catar las bondades del campo así, a golpe de timbrazo, en la puerta de casa y sin mancharme los zapatos.
Lo del zumo de ese día estuvo espectacular. Tomé una naranja, la exprimí y aquello no paraba de llenar aquel vaso que asistía al espectáculo tan sorprendido como yo. Culminé la operación desaciéndome de dos mitades de naranja absolutamente vacías de pulpa y zumo; con esa piel tan limpia podría uno hacerse un abrigo…..
Mi papelera tampoco daba crédito… el día anterior se había tragado seis mitades a la misma hora y por el mismo motivo. Un vaso de zumo.
Supuse que elaborar un postre con esa materia prima tenía que ser una cosa tremenda y así fue como dio comienzo la historia de mi budin de naranja. En la receta pone budín, ni pudding, ni pastel, ni flan. Así que budín lo vamos a llamar.
La encontré en una revista que me pasó una amiga. Saben que tengo esta rara afición de cocinar para gente invisible y temen que algún día me quede sin ideas, así que es frecuente que en tertulias, cenas o reuniones, alguien se acerque a mí con la intención de hacer una buena obra y me empiece a hablar de alguna receta de su madre o de su abuela.
Es algo que yo agradezco pero, vaya por delante, que media hora después lo suelo olvidar por completo. Cuando se está a otra cosa, se está a lo que se está. Y yo cuando estoy con amigos del mundo 1.0 tiendo a desconectar.
Vamos con el Budín de la revista de mi amiga:
Ingredientes:
– 200 g de naranjas sin piel.
– 50 g de zumo de naranja.
– 2 huevos L
– 1 cucharada de harina de repostería.
– 1 cucharadita de maizena.
– 2 cucharada de azúcar.
– sal.
Las medidas de las naranjas os las doy en gramos, en vez de en unidades ya que va a depender mucho del calibre de la naranja. 200 g sin la piel son dos naranjas de buen tamaño. Y 50 g sería aproximadamente el zumo de una naranja.
Preparación:
Batimos los huevos con el azúcar, añadimos el zumo, y batimos de nuevo. Incorporamos las harinas, y la sal. Yo lo he hecho con la thermomix en vel 3, pero lo podéis hacer con una batidora normal. Aunque para pesar las cantidades, la thermo es una comodidad.
Pelamos las naranjas sin que quede nada blanco y las laminamos en gajos pequeños y finos. Reservamos algunos para decorar y los demás los incorporamos a la mezcla anterior.
Precalentamos el horno a 180º e introducimos el budin dentro de un molde, previamente engrasado con aceite y enharinado para que no se pegue. Lo dejamos al rededor de una media hora.
El resultado es delicioso. Una especie de flan suave pero denso. Si la naranja es de buena calidad ha de resultar dulce, muy dulce. Ideal para una merienda de invierno.
Al sacar el pudin del horno, debéis esperar a que se enfríe antes de desmoldar. Posteriormente lo colocáis en una bandeja o plato sin darle la vuelta, pues queda más bonita la parte de arriba. Y lo decoráis con unas cuantas láminas de naranja.
No he hecho la prueba, pero tiene que quedar muy rico espolvoreado de azúcar glass.
Hasta el momento este es el postre que más me ha gustado de todos lo que he hecho con naranja. Bueno, a excepción de mi mousse de chocolate blanco y naranja, que es para quitarse el sombrero.