No logro quitarme de la cabeza el capítulo de los japoneses de ayer. Acostumbro a escribir los post por la noche. Por el día hago el resto del trabajo; preparación de la receta, fotografía, edición posterior…
Me lo dejo todo preparado para el momento de mayor paz y silencio… cuando todos duermen.
El problema es que a esas horas no hay forma de conseguir unas pilas AA para un ratón inalámbrico, creedme. Lo he experimentado taquicárdica e impotente hace menos de 48 horas.
Ya me venía avisando desde hace un par de días, pero igual que con el coche y la gasolina, siempre acabo apurando demasiado. Así que no sé exactamente en que párrafo de mi receta de “mermelada de higos con mozzarella en crema“, el puntero del ratón desapareció de la pantalla sin dejar ni rastro como si se hubiera ido en busca de un trozo del queso que aun me quedaba sobre la mesa de la cocina.
No me podía estar pasando! Soy incapaz de dejar algo a medias o sin acabar y mucho menos cuando se trata de un texto de mis relatos de recetas.
A falta de otra posibilidad empecé a rastrear la casa en busca de aparatos con pilas. Mis hijos ya son mayorcitos así que abandoné sus dormitorios frustrada y con cierta nostalgia de aquellos juguetes con músicas diabólicas y repetitivas que uno iba entonando luego, como hipnotizado, el resto del día.
Los innumerables mandos de la tele llevan por si no lo sabéis, yo ahora ya sí, las triple A. O sea que por ahí nada que rascar.
Fue entonces cuando me acordé del despertador que tiene sobre la mesilla mi marido. Tiene un sonido tan insoportable que nunca lo usa. O al menos eso creía yo.
Así que sin encender la luz, con sigilo y premeditación, me hice con el botín absolutamente segura de que su blackberry estaba perfectamente programada para sonar a las 8 de la mañana.
12 japoneses le esperaban en un hotel a quince minutos de casa. Los japoneses no sé si lo sabéis, son hiper puntuales, mega educados, y adoran las buenas formas.
Mi marido no es japonés pero tiene en común con ellos todo lo anterior y además un gran sentido de la responsabilidad.
No sé si hace falta que desvele el final de la historia porque es bien fácil despejar la equis en esta ecuación. Creo que podéis deducir la información que aun no he detallado.
A las 9 de la mañana me despertó un grito feroz… qué hora es!!!!! Su blackberry tan pichi sin sonar ni nada, claro, no era asunto suyo, no estaba programada. Era el despertador sin pilas el que se quedó mudo pese a que no era esa su intención. Las pilas las tenía yo en el ratón.
Dos minutos después mi post sobre los higos se publicaba automáticamente con puntualidad japonesa, tal y como había dejado ordenado tras finalizar exitosamente mi post.
Y mi marido se subía por las paredes mientras se afeitaba con una mano y se hacía un café con la otra.
Los japoneses ahora ya saben que tengo un blog.
Como el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra hoy sigo escribiendo con el teclado a medio gas y el ratón con pilas prestadas… espero llegar al final de este post sin novedades destacadas. Y al igual que el lunes por la noche, os presento un canapé de esos de quedar bien.
No como japoneses, sino como chinos, habréis de trabajar para obtener esta monada de barquitos de masa brisa. A cambio, una vez horneados, acabar la receta es facilísimo así que son el perfecto canapé para tener preparado con horas de antelación y servir en el último momento.
Ingredientes:
– 1 lámina de masa brisa.
– 1 tarro de crema de bonito y anchoas Olasagasti.
Preparación:
En primer lugar estiramos bien la masa con un rodillo para conseguir que esté muy fina. A continuación recortamos lo que serán las bases de los barquitos y los dos bordes. Procuramos ir tapando la masa con un film mientras hacemos cada uno de ellos para que no se seque, si lo hace, no se pega bien.
Como se puede ver en las imágenes se unen dos partes a la base, es fácil pegarla con las yemas de los dedos, luego se unen por los extremos para cerrarlos y finalmente con unas tijeras se les da un corte, en vertical y a ambos lados, para hacer la forma que buscamos. Este proceso es conveniente hacerlo en la bandeja que irá al horno y sobre papel sulfurizado, para no tener que trasladar los barquitos una vez construidos.
Ahora necesitamos sujetar de alguna manera la masa brisa, si no lo hacemos se nos caerá con el calor y no se mantendrá erguida. Yo lo he hecho rellenándola de papel de aluminio (una bola ovalada), o podéis usar el mismo papel de horno. Es conveniente colocar un poco de papel también en las dos caras exteriores del barquito para sostenerlo de forma completa; como dos rulos un poco altos.
Introducimos así todas nuestras bases en el horno a 180º. Cuando hayan pasado unos diez minutos abriremos el horno y sacaremos la bandeja. Estarán en media cocción. Esperamos a que se enfríen un poco y los retocamos, ya que es posible que se hayan deformado un poco. Los volvemos a introducir; ahora su forma ya no va a variar en absoluto.
Vigilamos el horno, cada cual es distinto y no sabría decir exactamente el tiempo que se puede precisar en cada caso, pero es breve, así que mejor estar al tanto y cuando estén dorados los retiramos y punto.
Dejamos enfriar, retiramos el papel de aluminio y rellenamos con la crema de bonito y anchoa de Olasagasti. Es una crema a base de bonito del norte, anchoa de primerísima calidad y un poco de zumo de limón. Su textura es perfecta, no se encuentra ni una espina y es una elaboración absolutamente natural.
Podéis intentar hacer vuestra crema en casa, pero no conozco la receta, tendréis que improvisar, y bueno… ya que nos hemos entretenido un rato con el continente, es mejor tener bien cómodo el asunto del contenido, no?