El Restaurante Azurmendi, próximo a Bilbao, acaba de obtener la tercera estrella Michelín. Su chef Eneko Atxa es un joven cercano, un chico encantador, amable, pero un genio, un visionario, un no va más!. Ha llegado a lo más alto con tan sólo 35 años. Y aun tiene mucho por hacer.
Comprometido con su entorno; la naturaleza, las montañas, las plantas, flores y vegetales de su jardín se trasportan de forma soberbia a todos sus platos.
Su cocina es innovadora, con una calidad de producto dificilmente superable, vanguardista, como su casa acristalada, imponente, donde nos recibe con doce mesas para unos pocos comensales.
“Cacahuete”: Son cacahuetes miméticos, su interior es una crema con su sabor y la piel se come.
“Queso hecho en casa con flor de albahaca de nuestro jardín”: Con textura de bombón. La cubierta es fina y crujiente y dentro un praliné, todo ello de un intenso sabor a queso y aroma de la aromática.
“Infusión de pieles de cebolla morada de Zalla”. Caliente, me lo tomo al final, contra resta el frescor de los dos anteriores y resulta muy agradable.
Está todo impecable, super organizado, de exposición. Hay silencio, tranquilidad, pero un ritmo incesante. Comienzo a ver alguno de los platos que después probaré en proceso de elaboración.
Tomo notas y hago alguna fotografía. Me encanta retratar a la gente en acción. La mayoría de los cocineros son locales. Me gusta.
Este cocinero de 35 años, es el chef más joven en ganar las tres estrellas Michelín, y lo ha hecho en el corto margen de cinco años. En tan poco tiempo ha conseguido estar ya a la altura de Subijana, Ruscalleda, Roca o Arzak.
Esta es la mesa en la que pasamos cuatro horas de disfrute. Once platos nos esperan. Nos acompañará la lluvia a través del cristal, el paso silencioso de algún que otro avión, una música de piano suave, el arco iris, y finalmente el caer de la noche a las seis.
Se desde ese momento, que me encuentro ante una cocina de altura. Un plato que podría haberme encontrado perfectamente en la cocina de El Bulli.
La ostra es de Gilardot tamaño doble cero, de la zona de Le Maresme. Cultivada desde hace tiempo por la familia Glardot de donde ha tomado su nombre.
A continuación; el “Bogavante confitado con hierbas esenciales de nuestro jardín y papada”.
El bogavante aparece envuelto en una lámina fina de papada de cerdo ibérico y aceite esencial de hierbas del jardín. Lo acompaña un trocito de la pinza marcada a la plancha, flores digestivas y gotas verdes.
Tengo la sensación de estar visitando un museo, donde puedo interactuar con los cuadros, escuchar lo que me dicen, observarlos y luego comérmelos.
Es el momento de “El servicio de Té de Tierra”.
Fue francamente divertido.
Aparece el plato de “Coliflor, patatas-ajo y mollejas”.
La coliflor cruje y me encanta, y las patatas explotan en la boca derramando un suave ali-oli caliente.
“A modo de estofado, salazones; vegetales, anchoas e ibérico”.
Este plato me pareció de lo más delicioso del menú.
Llegamos ya a las “Kokotxas, pil-pil y alcahofas tiernas y crujientes”
El último plato es el “Pichón, avellana, deuxelle…”
Es un pichón de Araiz asado sobre setas y queso, el jugo de su carcasa, avellanas al natural y otras cocinadas con los interiores del pichón, como la que aparece satinada a la que encuentro cierto sabor a chocolate. Parece un bombón.
Hemos pedido una pausa, vamos a unos minutos al jardín, antes de los postres.
Es una sensación agradable y de confort.
“Castañas al Sarmiento de nuestras viñas”.
Abrimos el paquetito y encontramos tres esferas que parecen tres trufas de cacao sobre un polvo gris oscuro. Están muy frías, tengo en la boca la misma sensación que cuando abro la ventana por las mañanas, un golpe de aire fresco. Al mismo tiempo saben a humo, a otoño, a tierra mojada.
Llega “La pera”.
Delicado, fresco y agradable.
“La miel”
Reposa sobre un auténtico panal de donde nos invitan a rascar para recolectarla nosotros mismos, y llevárnosla directamente a la boca. LA MIEL. Un postre con mayúsculas.
Impresionante final.
Volveré a este lugar, lo se!